domingo, 29 de julio de 2012

El materialismo cotidiano


…. Hay un momento en la vida de la conciencia en que el mundo exterior se presenta como evidencia irrefutable de que las cosas son aquello que los sentidos perciben;  lo que se ve, lo que se toca, e incluso aquello que se dice; Porque este “algo” percibido es la prueba de que “allí”, afuera, hay  una existencia  independiente de los pareceres e impresiones  del sujeto. Se trata de un realismo ingenuo e inherente, un realismo situado en la costumbre, lo impensado, y por lo tanto invisible a los ojos.   
…No importa cuántos filósofos -durante siglos- hayan hablado del tema; aun hoy en lo más automático de nuestra vida cotidiana conservamos esta matriz realista que aplicamos a gran parte de nuestras acciones y pensamientos de manera fáctica. 
Me refiero a que hemos solidificado tanto los “objetos”, que estamos dispuestos a forzar al espíritu a que se avenga ante el “objeto” como un subordinado. Y a esta humillación del espíritu la llamamos humildad, razón, madurez, e incluso sabiduría o sacrificio del espíritu ante la materia y la forma. 
Somos estoicos del realismo, lo soportamos sin queja, pero no por ello somos menos esclavos de nuestra visión pétrea del mundo al que tratamos como el picapedrero trata la piedra: trabajo, golpe, golpe, golpe, y esfuerzo. 
La ciencia ciencia constata cada vez realidades más sutiles, la filosofía cuestiona los paradigmas de la materia, pero nosotros, en lo más interno de la percepción diaria seguimos utilizando el garrote. Doy un ejemplo.
…Durante los años que viví en esta casa (después de la primera reforma) me era inconcebible pensar que pudiera derribar una pared o cambiar una puerta de lugar. Mi fantasía de cambios no excedía una mejora de pintura, muebles o pequeñas refacciones que no modificaran la estructura. Hizo falta un giro en la percepción  para que la solidez de los objetos se volviera maleable a la imaginación surgida de un nuevo enfoque. El enfoque de que las paredes son a la casa lo que las percepciones a la mente: Un punto de vista.
No estoy diciendo que las paredes, los cimientos y las vigas sean pura “ilusión”, lo que estoy diciendo es que la ilusión del objeto es creer que dicha pared es el límite de la conciencia perceptiva (como cosa real) a la cual debemos  ajustar la imaginación restringiéndonos a sus determinaciones. 
Determinaciones que imponemos al espíritu por el puro afán de asegurarlo a las cosas conocidas, que le son reconocibles a nuestra percepción domesticada por los objetos.
…. Y no obstante la mente, creyéndose libre, vuela en disquisiciones teóricas sobre la vacuidad y los mundos construidos haciendo abstracción de los objetos inmediatos. Pero, cuando finalmente topamos con la pared de arcilla (levantada por el trabajo humano) ella nos devuelve un mundo inamovible. Una enorme montaña delante de la cual el espíritu será doblegado en conformidad a su apariencia.      
Hablo de las tangibilidades cotidianas, esos objetos diurnos de nuestra familiaridad más intima, la rutina de los espacios que conforman la noción de realidad inmediata como la cama que rodeamos para encender el velador, y a la que nunca concebimos en otro sitio.
El hábito de rodear la cama para encender la luz es la rutina perceptiva de una realidad de la conciencia hecha sólida. La trampa en la que el espíritu es cautivo de una ilusión, un embrujamiento que le obliga a caer en el delirio de hacer metáfora y símbolo allí donde sólo hay una fijeza caprichosa, un hábito, un desinterés o una manía.
 Las tangibilidades cotidianas son las verdaderas murallas de nuestra casa, nuestro mundo, el sitio donde enclavamos la percepción de lo real, ese lugar inmodificable, la botella en la que el genio queda atrapado por largo tiempo; el tiempo de la subyugación por los objetos, el objeto fijo en un espacio finito y material.  … El ensueño del genio es la botella, y el genio sigue ahí, esperando por milenios, siglos, meses, semanas, días, minutos, segundos, a que alguien lo encuentre, y lo libere//.  

   

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