lunes, 25 de marzo de 2013

Pequeño preludio sobre la libertad


¡Qué bueno!  Me diste un tema para reflexionar. Tu respuesta hizo que pensara. ¿Es suficiente darse cuenta de que uno está condicionado para saltar la valla del impedimento? Por lo que Vos decís No. Existe una dualidad entre dicho entendimiento y la voluntad que libera de la sujeción. La pregunta es porqué, o mejor dicho qué hace falta para que conciencia y voluntad sean un mismo acto. 
…Tal vez  exista una  confusión entre el “deseo de ser libre”- como aspiración de una conciencia que sabe que no lo es-, y la libertad como posibilidad  disponible en cada uno de nosotros. T.S. Eliot lo expresa de este modo “La libertad interior respecto del deseo práctico”. Lo cual supone un estado intimo de libertad anterior a cualquier deseo, por lo que dicho deseo se vuelve sencillamente práctico respecto de un obrar; O para decirlo de otro modo, casi un procedimiento ejecutado por una mente libre de condicionamientos en donde no existe un “objeto del deseo” (esa obscura sombra de la represión) sino una pura voluntad de Ser que se expresa en todo lo que hace, abordándolo simplemente como algo práctico; un juego de exploración y de disfrute.
Pero claro ¿Cómo se accede a una mente libre? Yo creo que una mente libre es una mente que experimenta sin la barrera del miedo. Es una mente que no supone, que no anticipa, que no da por sentado…Porque lo conocido es siempre una proyección de lo que ya sabemos, la reiteración de lo mismo. El agrado Y/o desagrado acopiados como reacción en la memoria. Sin esa mente, todo se vuelve abierto y asombroso. Y yo creo, que con solo desactivar dicha mente de miedo ya estamos de lleno en la mente libre.
Sólo hace falta: desactivar la imagen que tenemos ante los demás, desactivar el temor al juicio de los que nos importan, desactivar el miedo a presentarnos diferentes de cómo nos conocen, el temor a herir a los que nos quieren tal como ellos pretenden tenernos, sujetos a su deseo; desactivar el temor a equivocarnos según nuestros propios prejuicios, el temor a defraudar al no responder a las expectativas propias y ajenas; el temor a ser tal cual sentimos; el temor… //

domingo, 17 de marzo de 2013

Carta íntima al Papa argentino Su Santidad Francisco


La cortesía pide que comience esta carta con las felicitaciones pertinentes, sin embargo, el alto cargo que Usted ejerce, desde mi humilde opinión, no es un logro personal el cuál pueda felicitarse, sino la suma de un designio que trasciende ampliamente las aspiraciones personales, a las cuales ha renunciado en el mismo instante en que asumió con  nuevo nombre. Me refiero a la novísima persona de Francisco cuyo nombre indica un sentido y una misión esperanzadora.
Desde hace algunos años, seguramente muchos menos que Usted, estoy a diario en contacto con los hombres, niños y mujeres más necesitados de la sociedad, y es a partir de esta experiencia que me gustaría compartir la reflexiones a las que he arribado a partir de mi trato cotidiano con las familias que, por su condición, reciben asistencia social por parte del estado.
En mi experiencia, la pobreza, y muchos de los males que aquejan a los hombres como la enfermedad, la locura, y la violencia nacen de una matriz productora de creencias que se asimilan con los ambientes y las más tempranas vivencias. Una matriz que produce entes que se apoderan de la existencia y su vasta riqueza, limitándola a unas pocas posibilidades inscriptas como mentes foráneas, la mente de pobreza, la mente de enfermedad, la mente egoísta, la mente de codicia, de insatisfacción y tantas otras…Desvincular dichas mentalidades y explorar el potencial humano hasta su límite casi imposible, -me parece-, la gran tarea.
Como muchos de mi generación fui marxista militante en el convencimiento de que el fin de las desigualdades sociales requería de una revolución que acabara con las estructuras de explotación del hombre por el hombre, y de la cuál surgiría una nueva conciencia humana inspirada en el ideal de “Cristos esparcidos por el mundo” dispuestos a dar la vida por los otros, los desposeídos, los que sufren y están hambrientos de justicia.
Básicamente mis ideales no han cambiado, pero los intensos años que me separan de aquella perspectiva hicieron que tomara distancia de las ideas a favor del conocimiento vivencial de las vidas humanas y su compleja encarnación en un mundo de circunstancias asumidas como identidad que los define. Me refiero a los condicionamientos que provienen de categorías impuestas por la cultura dominante que ciñen los destinos humanos a su pura concreción en virtud de una identidad enajenada. La identidad conferida por la mirada del Otro en cuyo universo existe de ese modo de manera excluyente, hasta tanto logre emanciparse de aquel espejo que lo atiene a su limitación y los aleja de su verdadero potencial.
Voy a incurrir en un atrevimiento religioso, mencionar a Buda y a Cristo como parte de la explicación de lo que quiero decir.  Estoy pensando en el joven Príncipe Sakyamunni y en el apasionado Jesús de Nazaret. Cada uno en su tiempo y en su circunstancia tuvo una Gran visión de los dolores de su época los cuales “revelaron” al mundo. No es casual que aquel Principie resguardado en el palacio de las bienaventuranzas sufriera el impacto del encuentro con los dolores de la existencia humana, el nacimiento, la enfermedad, la vejez, y la muerte. Tales eventos le habían sido ocultados durante su crecimiento, y por lo tanto su mirada fue de estupor ante lo que él no podía concebir. Siempre me pregunté (y  aún no tengo respuesta) si dicho sufrimiento existía como tal antes de que el Buda lo viera y le diera su nombre.
Jesús-, por su parte-, nace en un mundo de excluidos y dominados por el Imperio, en connivencia con las clases sacerdotales que ocupaban los templos. Y es en ese contexto en el que Jesús asume la voz de los humildes y los mansos, reclamando para los pobres el reino de los cielos y la hermandad en el Padre que es Uno para todos. …No estoy diciendo que ellos de modo personal “inventaran” tales categorías sino que las encarnaron de una instancia colectiva fecundada para que ellas nacieran; me refiero a que tales visiones surgen de una madurez de condiciones  que se expresan en una vida en particular como un símbolo cuya significación es de largo plazo.
Los hijos de esta época, al igual que los coetáneos de Jesús y de Buda, también esperamos la palabra viva de nuestro tiempo. Una síntesis de lo que la humanidad requiere en el presente y las generaciones próximas. Y es aquí cuando me pregunto qué habría sucedido si Jesús en vez de seguir su corazón,- con el ojo puesto en el presente-, hubiera  reeditado el ideal de Abraham, Moisés, Elías, o de cualquiera de los antiguos profetas. Creo, que las “buenas nuevas” del evangelio nunca habrían llegado.          
Porque a mi entender la “alianza” del hombre con el cielo es siempre novedosa y oportuna como los frutos en su estación, el árbol es el mismo- quizá- pero el fruto es vida nueva en sus semillas.  ¿Puede el pichón nacer del mismo huevo que su madre? No. Así tampoco el Cristo y el Buda tendrán la cáscara de sus predecesores, porque cuando ellos se manifiestan caducan las viejas concepciones a favor de una mirada sorprendida y sorprendente. Los viejos paradigmas se agotan, no se rompen, y es por ello que las continuidades perduran más allá de su eficacia. Sin embargo, en lo profundo de la simiente humana  se está incubando un párvulo en el corazón de los que esperan.
Nadie conoce el rostro de la criatura hasta que nace, su gesto, su particular mohín; no obstante algunos prefieren ciertos nombres así como Usted prefirió Francisco. En mi cariño yo llamo Buda a esa expectativa aún vacante, pero su nombre es el de una secreta deidad  liberadora cuyo poder rompe el hechizo de la ilusión y el engaño de una humanidad subyugada por la negra magia que condena al samsara del dolor a pobres, excluidos, enfermos, miserables, corruptos e infelices.
Por la sinceridad en el mundo hago votos para que la Gracia lo acompañe en la preparación del  nacimiento en Cristo del Nuevo Hombre. AMEN//.